LA CRÓNICA "COMPAÑERA" Y LOS BOXEADORES CUBANOS
Por Andrés Pascual Entre el estilo escurridizo de Rigondeaux y la forma como maneja el cronista “paisano” de tan nueva edición como...
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Por
Andrés Pascual
Entre
el estilo escurridizo de Rigondeaux y la forma como maneja el
cronista “paisano” de tan nueva edición como el zurdo oriental
el comentario y la información sobre el boxeador, está el detalle:
“multipremiado, doble ganador olímpico, técnica exquisita...”.
Cada
vez que escriben o hablan sobre un peleador antillano de la nueva
hornada, que haya estado en alguna competencia amateur olímpica o
mundial, allá va la sarta, el rosario de citas triunfalistas en un
circuito que, porque es el boxeo rentado y su público, no solo son
“cosa del pasado”, sino absolutamente inservibles como promoción.
A
tenor de que lograron crearles un mundo de expectativas a base de
adjetivos exagerados y poco serios, dañinos porque el fanático no
cubano de “nueva adopción miamense” esperaba más, relacionado
con la forma como es el boxeo histórico y lo que traen bajo el brazo
algunos de los pugilistas cubanos de la actualidad profesional, entre
ellos Rigondeaux, diferente del boxeo “para la televisión
americana”, han contribuido al rechazo casi absoluto hacia este
peleador y un par más del grupo, por cierto, para mí valioso.
Iván
Calderón corrió más que Abebe Bikila cuando ganó el maratón de
Tokio-64 descalzo y nadie intentó crear un estado
de animadversión gratuito contra él ¿Por qué?
La
respuesta pudiera estar en la personalidad, en la conducta de Iván,
un muchacho respetuoso y respetable, humilde y modesto, virtudes que
no le son ajenas a Rigondeaux, pero que las han pisoteado tanto la
crónica que los defiende con más pasión que conocimiento de la
disciplina, que ha logrado, desde Cuba, hacer diana efectista en un
público compatriota nuevo y absolutamente ajeno a la historia del
deporte profesional, que quieren imponer su tradicional e histórico
espíritu triunfalista de pacotilla, heredado de la ideología
política asfixiante y avasalladora que decide la vida y la muerte
de todo en Cuba.
Alí,
de la Hoya, Leonard, Maywearther jr... incluso entre los retirados
Wilfredo Gómez, también ganaron de esas fajas que solo funcionan
como el mostrador o la vitrina de facultades por pulir; es decir,
para exhibir las incipientes condiciones de prospectos que, aunque
ganen una Olimpíada, todavía tienen un mundo que aprender para
considerarse aptos para tan duro oficio. Y nadie menciona esas
medallas, esa papelería en diplomas, cuando se refiere a ellos.
Acaba
de ganar el campeonato mundial superpluma de la Federación Rancés
Barthelemy, uno de los que no tiene el palmarés tan exagerado como
nocivo de galardones olímpicos. Un peleador que tira mucho, como
tiene que hacerlo quien pretenda tener de su parte al difícil
público de Fistiana, porque no le regalan la entrada ni la señal
televisiva. Un boxeador que no es un producto de la guayaba que han
querido imponer como “escuela cubana de boxeo”.
Pero,
de pronto, al más reciente campeón cubano se le ve como al que
menos propaganda le hace la crónica cómplice en la debacle
promocional de nuestros monarcas, sin embargo, y hay que consideralo
un logro, el fanático ajeno no lo ha maltratado de la forma como
hacen con algunos otros a quienes la prensa de Miami se encarga, cada
vez que escriben un párrafo, de enterrarlos sin misericordia.
Da
la impresión de que la victoria de Rancés los dejó sin palabras
para comentar el acontecimiento, que no saben qué decir, una vez que
no encuentran los adjetivos, las frases que sustituyan con éxito
“editorial” el background exagerado e inoperante que acostumbran
usar con cada “olímpico" que ha llegado.
Tal
vez sea mejor así, porque el boxeo cubano ha sido muy grande para
que un par de peleadores de “técnica exquisita” y un grupito de
cronistas poco competentes lo pisoteen de la forma como han intentado
hasta hoy.