EL FIN DEL EMBARGO, EL FIN DEL EXILIO

@luisleonelleon Textos o riginalmente publicados en El Blog de CARLOS ALBERTO MONTANER:   http://www.elblogdemontaner.com/el-fin-del...

@luisleonelleon

El fin del embargo 
(En La Habana quieren más a Obama que a los Castro)

Los populistas no pretenden convencer a través de la razón. Manipulan jugando con las emociones, sirviéndose de las carencias, la simpleza, la desinformación y el oportunismo. Fidel Castro instituyó, dentro y fuera de su reino, el más efectivo populismo contemporáneo. Convirtió a EEUU en el responsable del fracaso socio-económico de su revolución y en el mayor enemigo de los populistas latinoamericanos, que no son pocos. Las noticias lo corroboran: la región aplaude desaforada a la pequeña islita socialista que ha resistido medio siglo ante el imperialismo, que finalmente reconoce el error de sus políticas.
Con este mensaje, Obama, además de volverse más popular en Cuba y Latinoamérica que en su propio país, pudiera consagrarse como uno de los más desatinados populistas norteamericanos. Los populistas, si no la hacen a la entrada la hacen a la salida. Generalmente a la salida, pues a la entrada su mayor esfuerzo se concentra en excitar con la lista de promesas que jamás cumplirán (su mandato lo confirma). Es la marca de agua de todo populista, da igual su ideología o partido.
El 17 de diciembre de 2014, más que una fecha histórica, fue un día histérico para los populistas, los a favor de la flexibilización de Obama y su legitimación de la dictadura más antigua del Caribe, y los que están en contra. En las dos pasionales orillas vuelven a chocar con frenesí una sarta de viejas utopías, consignas, miedos, sentimientos de culpa, esperanzas, ingenuidades, traiciones y abandonos de dos bandos de cubanos al final apabullados y alineados a enfrentarse por la misma inocencia y el mismo totalitarismo. Algo inusual, pero que los cubanos arrastran tal como un caracol carga con su casa.
The New York Times le preparó la mesa al presidente con una bandeja de aperitivos. Jamás la prensa norteamericana publicó en tan poco tiempo tantos editoriales de marcada intención propagandística a favor de retirar el embargo vigente desde 1961 y normalizar las relaciones diplomáticas, como si de pronto Cuba tuviera un gobierno democrático.
Obama siempre deseó alterar la política hacia Cuba, y al final consiguió meter la pata, ésta vez afectando no sólo a los cubanos sino también a los norteamericanos. Entregó mucho a cambio de casi nada a un gobierno experto en maniobras e incumplimientos, y envió un mensaje negativo en tiempos convulsos: podemos canjear ciudadanos inocentes por terroristas. Una pifia ante la esquizofrénica amenaza de los grupos extremistas que hoy pululan. Su gestión, en este oscuro intercambio, pudiera ser más peligrosa y fallida para EEUU a nivel mundial que para el futuro incierto de la diminuta isla.
En sus palabras a los cubanos (y a Latinoamérica) Raúl Castro dijo que la revolución había vuelto a salir victoriosa: se cumplió la promesa de Fidel de que los espías-héroes regresarían a la patria, y la cercana posibilidad del fin del embargo. David destinado a vencer a Goliat.
En sus palabras a los estadounidenses (y al mundo) Obama alegó que “no podemos seguir haciendo lo mismo durante más de cinco décadas y esperar un resultado diferente”. Esto, además de visión simplista y populista, es pretender que el embargo sería el principal elemento de cambio en Cuba y no el florecimiento de un legítimo movimiento de oposición interna. Y además limita el efecto del embargo a las fronteras cubanas, pues es sabido que de no ser por la política de EEUU hacia Cuba, la insurrección guerrillera en Latinoamérica, animada y asesorada por los Castro, hubiera producido mucho más daño en la región que lo que hasta hoy ha causado.
Otra justificación de Obama para con su proceder, fue el infeliz y bochornoso ejemplo de que EEUU mantiene relaciones con dos estados totalitarios, China y Vietnam, cada vez más lejos de la democracia. Otro signo de su ignorancia e incompetencia, y un desliz ético y moral con la comunidad cubano-americana, y con los derechos cívicos que él dice procurar para la isla.
No en balde legisladores cubano-americanos (mantenidos al margen de las negociaciones) culpan a Obama de violar la ley (Helms-Burton), traicionar al exilio histórico y a los disidentes de la isla, e intentar proveer de oxígeno a la dictadura a través de reconocimiento internacional y créditos bancarios. Hay quienes creen que pudiera ser el prólogo de un nuevo capitalismo de estado bajo la sombra del águila. Otros temen que sea el fin del exilio, o al menos de las leyes y creencias que hasta hoy le han apuntalado.
En Miami el Versailles vs Intercambio Cultural. Y en La Habana, bajo la lluvia ácida de la desinformación, entre anhelos y carencias, hoy muchos quieren más a Obama que a los Castro. Dicen que si lo dejaran postularse allá, seguro ganaría. Hasta el viejo dictador le envidia ser un populista del Imperio. La Habana y Miami se encuentran y desencuentran en medio del shock, o quizás del show. Es apenas el comienzo (como suele decirse en la TV) de una historia en desarrollo.

El fin del exilio
(Y el dilema cubano sigue sin resolverse)
Barack Obama y Raúl Castro son hasta ahora los grandes ganadores del viejo conflicto Cuba-USA. Ambos se salieron con las suyas. El hermano de Fidel le dijo a los cubanos que la batalla de ideas había derrotado al capitalismo. Y Obama le dijo a los norteamericanos que él había tomado la mejor decisión para comenzar a liberar a los cubanos y algún día todos ser felices para siempre.
Los Castro siempre han actuado de manera similar. Pero jamás la Casa Blanca se arriesgó a un rumbo como éste. Querer eliminar el embargo, proponer retirar a Cuba de la lista de países que apoyan al terrorismo y abrir una embajada americana en La Habana, como si no se tratara de un gobierno totalitario: era hasta ayer una locura, algo que no iba jamás a suceder.
Por ello Raúl Castro, con su simbólico uniforme militar, describió el comienzo de la nueva era de relaciones con EEUU como una victoria de su revolución. Lo cual es cierto, pero no significa que sea un triunfo para su pueblo. Es ingenuo pensar que el desastre cubano es culpa de Washington. Igual creer que con el fin del embargo van a resolverse, por acto de magia, los profundos problemas de la sociedad cubana, el fracaso del modelo económico socialista, e irá a salvarse la revolución. Humor negro: la revolución salvada por el imperialismo.
La realidad es que ya está hecho el daño, o al menos dada la primera estocada en lo que se supone sería la eterna posición de EEUU respecto a Cuba. En este juego político las fichas y los jugadores siguen siendo básicamente los mismos, pero las reglas y el tablero han variado, al menos por un tiempo.
A pesar de las intensas reacciones contra Obama, una buena parte del exilio histórico se manifestó con el dolor del derrotado, a veces confundiendo decepción con traición, como si realmente hubieran sido traicionados por EEUU (en este caso por Obama y el Partido demócrata). Y es que la Casa Blanca, con sus dos partidos y diferentes administraciones, ha actuado lo mismo a favor que en contra del futuro democrático de su isla perdida. Cuando Washington ha podido presionar a favor del fin de la dictadura, más de una vez se ha hecho de la vista gorda o ha caminado en sentido contrario. Moraleja: la democracia de Cuba siempre ha dependido de los cubanos.
En esta otra orilla neocubana, igual han terminado siendo mayoría los discursos, el populismo, la idiotez, la histeria colectiva, el exilio trocado en emigración económica, el hambre y la fuga hacia la zona de confort, la historia un humo parecido al olvido. Seguimos perdiendo a Cuba en las dos orillas. Aún incapaces de convertir el anhelo en acción eficaz, congelados frente al pataleo de lo que nos queda de país. Por suerte hemos ganado unos metros en Norteamérica.
Calamidad vs optimismo. Muchos en la isla, y recién llegados a Miami, ven el gesto de Obama como un avance o una acción necesaria. Para otros: apuesta demasiado arriesgada, burla al exilio histórico, mensaje de debilidad, retroceso lamentable justo cuando Venezuela ha sido saqueada y el post-chavismo pareciera colapsar.
Alan Gross, da igual del lado del que esté, fue el señuelo de una necesidad histórica del régimen, para quienes sus 5 espías hoy son sólo símbolos de heroicidad y empecinada resistencia revolucionaria. Tampoco el súper agente vale lo que significa la legitimación, con borrón y cuenta nueva, de la autocracia isleña.
Afirmar que estos canjes, y el pregón de las reformas cubanas, pueden echar por tierra las verdaderas diferencias entre los dos sistemas, es repetir una falacia. El antagonismo no cesará hasta que sucumban los signos vitales del totalitarismo: mientras exista un único partido, mientras las libertades de asociación y expresión sean espejismos, mientras los medios de comunicación estén bajo la bota del Estado, mientras la represión sea el mecanismo cotidiano para congelar o eliminar todo intento oposición: no habrá cambio real.
Más allá de las promesas de ambos mandatarios, del ruido de las consignas y el murmullo de las esperanzas: no olvidemos que los dictadores no arriesgan, mucho menos entregan su poder. Quizás esto sea un retoque a la fachada del comunismo tropical, una mala jugada de la política exterior de EEUU, un fiasco del Partido Demócrata, un tentempié en el estómago y el corazón de los cubanos de la isla y las últimas migraciones aterrizadas en ésta y otras latitudes.
De momento los Castro se llevan la mayor tajada del enfermo pastel. El marcador apunta a su favor, pero no significa que todo esté perdido. Ninguna maquinaria está exenta de fallas, y no hay acción sin reacción, ni remedio sin efectos secundarios. El mapa no es exactamente el mismo, pero la democracia en Cuba sigue siendo una urgencia y un dilema aún sin resolver. Los cubanos carecen de libertades y eso no lo cambia las relaciones con EEUU.
La oposición, lejos de amilanarse, debe observar y atacar las fisuras de esta nueva era post-fidelista. Quizás sea el último adiós al modo en que siempre el exilio histórico ha movido sus fichas. Puede que Obama, aunque equivocado y por carambola, nos obligue sin querer a presionar y jugar desde otra perspectiva en el difícil tablero donde ahora ha puesto a flotar la isla. Tal vez sea sólo el preludio de una fugaz victoria populista.
Para Winston Churchill (gran líder en tiempos de guerra) un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad, y un optimista hace todo lo contrario: busca una oportunidad en toda calamidad, pues la posibilidad del éxito también está en la capacidad de avanzar, de fracaso en fracaso, sin desanimarse ni desesperarse. Eso deberíamos aprender los cubanos.
El arte, aunque muchas veces no lo sea, se supone libre, o al menos suele aspirar a serlo. No en balde son tantas las obras cuyo principal objetivo o argumento no es otro que la libertad, la necesidad, la búsqueda de la libertad, personal, social, literaria, su deseo fugaz o para siempre. Hay pocas metáforas tan tristes como ver la libertad vestida esperando a que alguien, en un rincón del mundo, en una isla, venga a sacarla a bailar. 
Por eso Tania Bruguera quiso sacarla a bailar. Y de algún modo logró hacerlo. Más que la libertad, es la quimera de la libertad el verdadero tema de “El susurro de Tatlin”, el ya célebre, sobre todo por frustrado, performance que proyectó realizar el pasado 30 de diciembre en La Habana ésta artista cubana, que desde años reside y trabaja con éxito entre París y Nueva York, y que las autoridades han decidido retener en la isla como castigo a su acto de “desobediencia civil”, uno de los peores cargos que allí puede enfrentarse. Por suerte la exposición internacional la salva de la mayor sentencia.
El concepto de su obra, que en cualquier otro contexto social no sería una excepción, para la Cuba de hoy resulta tan simple como tan complicado: se abriría un micrófono en un espacio público para que cualquier ciudadano pudiera expresar libremente, durante un minuto y de forma pacífica, sus opiniones y anhelos en cuanto al futuro inmediato de su país. 
Es obvio que la inspiración nació con las dudas y el entusiasmo colectivo generado por el restablecimiento de las relaciones gubernamentales y los supuestos “cambios” a favor del pueblo, pregonados a coro por Raúl Castro y Barack Obama el 17 de diciembre. De ahí que el performance se promoviera a través de la plataforma “Yo también exijo”, en directa referencia a la aspiración de que finalmente los cubanos puedan expresarse con libertad y también exigirle a su gobierno, no únicamente vivir con miedo, acatando en silencio las órdenes que les da un gobierno que jamás hemos podido elegir democráticamente.
En este entorno se anunció la segunda edición (ampliada y revisada) de “El susurro de Tatlin”. Un catártico concepto que años atrás su creadora había ejecutado en La Habana, pero en una coyuntura y un escenario bien distintos. 
Durante el primer susurro, varios cubanos, entre ellos la bloguera Yoani Sánchez y otros disidentes, pudieron subirse a un podio similar a los que solía usar Fidel Castro para sus interminables discursos, custodiados por dos jovencitos vestidos con el uniforme verde olivo, y hasta con una paloma blanca posada en sus hombros mientras hablaban, como en la mítica alocución del dictador en 1959, cuando millones de cubanos le creyeron bendecido para dirigir la nación que desde entonces ha conducido magistralmente a la ruina. A pesar de lo atrevido, el performance aquella vez se concretó, pues el espacio escogido fue el interior de una instalación cultural habanera (Centro Wifredo Lam), en el marco de una bienal de arte, ante un reducido público y casi sin divulgación.
Pese a que en la prensa internacional y en las redes sociales se creó cierta expectativa sobre este segundo capítulo de “El susurro de Tatlin”, obviamente se trataba de una versión muy diferente a la primera: ahora Bruguera pondría su anhelado micrófono en el lugar de mayor simbolismo para el castrismo: la Plaza de la Revolución (Plaza Cívica, antes de que Fidel Castro se apoderara del país). Lo cual era una afrenta y a la vez una utopía.
¿Permitiría el régimen un micrófono abierto en medio de su plaza secuestrada? ¿Correría el riesgo de avivar los leves pero peligrosos latidos de una emergente sociedad civil? ¿Finalmente daría el primer paso a reconocer una oposición cuyo mayor obstáculo es precisamente ser desconocida y humillada en la isla? ¿Levantaría la bota de la desinformación, la manipulación y el miedo de la cabeza y los ojos del cubano promedio?
Una gran falacia. Esta nueva versión del performance estaba de inicio condenada al naufragio. Y sería el naufragio su objetivo, su mensaje, su éxito. Por ello el 30 de diciembre a las 3 de la tarde, como era de esperar, la artista no se presentó con su micrófono en la plaza. Unos pocos (de los poquísimos que se enteraron y que pudieron llegar) se quedaron esperándola junto a los reporteros extranjeros y la policía política. 
La Seguridad del Estado repitió su fórmula para casos como este: desde temprano activistas de organizaciones pro-derechos humanos fueron encerrados en calabozos, a otros se les prohibió salir de sus casas, y Bruguera fue reprimida por la Seguridad del Estado. En 48 horas la artista fue tres veces detenida y conducida a estaciones de instrucción policial, y hoy aguarda, sin poder salir de La Habana, a que el gobierno decida si será enjuiciada o no por intentar actuar como una ciudadana libre dentro de un sistema totalitario. 
La mayoría de los cubanos no se enteraron de esto. Ni van a enterarse. La frustración y el vacío de la isla bailaron esa tarde al compás del susurro de la plaza sin micrófono. Otro silencio semántico, incómodo pero necesario.
Lo sabemos: la maldita circunstancia de ser esta isla nos obliga a cargar con la isla a todas partes. Por eso el mismo día, a la hora en que en La Habana mataran a Lola, un grupo de cubanos se juntó en la Torre de la Libertad de Miami para exigir a los Castro el derecho a la libre expresión de sus hermanos en la isla, y apoyar a la artista secuestrada. En Manhattan, frente a la sede de The New York Times, el diario norteamericano que más ha procurado la suspensión del embargo a Cuba, exiliados de la Gran Manzana de igual modo se expresaron libremente y condenaron el régimen. Al unísono: el susurro silenciado de La Habana y el grito de Miami y Manhattan. Por suerte, ésta vez, el susurro se escuchó mucho más lejos y mucho más claro. 
Bruguera declaró que realmente pensaba que iba a poder realizar su performance en la alegórica plaza castrista. Pero por más que quiera no puedo creerle del todo. Quizás, a lo sumo, acarició alguna ilusión. Pues ni un manojo de frívolos titulares, ni un par de discursos de dos presidentes populistas, pueden cambiar tan fácilmente, como un chasquido de dedos, la realidad de un país, y mucho menos Cuba.
Sin dudas la acción, aunque frustrada, no dejó de tener su reacción. La prohibición del performance y lo ocurrido con su creadora y los disidentes, no fue un simple susurro al viento, sino que desató, por carambola, otro performance mucho mayor y más explícito sobre lo que sucede realmente en la isla: Bruguera obligó al gobierno a poner al descubierto una vez más su naturaleza antidemocrática, y a los medios internacionales no les quedó más remedio que relatar la represión contra la artista y los opositores que ansiaban usar su micrófono en la plaza, pudiendo así, la comunidad internacional, escuchar el verdadero Susurro de Tatlin, su más claro mensaje: la libertad para Cuba seguirá siendo una quimera mientras el régimen no desaparezca. Mientras tanto será imposible un micrófono libre en medio de la plaza.Bruguera se autoproclama una artista política. Y lo es cada vez más. No es gratuito su matrimonio incondicional con el performance y la creación arriesgada, siempre en busca de un arte que se presenta como una alarma de urgente utilidad para la sociedad civil, denunciando, queriendo eliminar o al menos saltar obstáculos que tienden a coartar las libertades y anhelos del ser humano. De ahí que sea una artista incómoda para un gobierno tiránico y extremadamente manipulador como el que reina en La Habana. Y mientras el sistema pretende escarmentarle, ella le sonríe, desde su singular libertad. 
La artista se ganó este añorado baile con la libertad. El naufragio latía en la mera idea, en la visceral utopía del performance. Cubana lúcida, valiente y esperanzada, siempre supo que en su aparente pérdida podría acariciar su triunfo. Con la imagen de un micrófono vacío en medio de la plaza, logró su objetivo: amplificar el verdadero susurro que se escucha cada tarde en los silencios de la isla.
*Luis Leonel León es escritor, periodista y productor en SBS. 
@luisleonelleon

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